“No, de acá no miro, soy hincha de Miami” Cuando me preguntan por el basketball. Es extraño, lo sé. Que un uruguayo nombrado en honor a un glorioso goleador histórico de Peñarol, resalte antes que nada su fanatismo por Miami, cuando de deporte se habla.
¿En qué momento pasó de un simple ocio a un amor? Siendo sincero no sé, pero me di cuenta tarde, cuando ya estaba en un cumpleaños rodeado de gente, refrescando el score seguido de caras largas por otro resultado adverso. Creo que allí se encuentra la respuesta, en los resultados adversos. Hombres, que hablan otro idioma, con otra cultura y que juegan a 7200km de distancia, podría haberlos reemplazado por el ganador de turno. Pero ahí estaba, noche tras noche, 1:30am en abril, congelado del frío, con la misma ilusión de siempre. Esperando que jugaran, y perdieran, otra vez. Al terminar el partido siempre llegaba al mismo pensamiento, resignación. No iba a verlos más, esta vez era enserio. Pero a la mañana siguiente, sabiendo que había partido a la noche, me despertaba con un aleteo en el estómago, como si a la noche fuera a encontrarme con el amor de mi vida. Y en eso tienen puntos en común, no importa cuantos partidos pierdas o cuantas lagrimas derrames, las mariposas te van a llevar otra vez a donde sos feliz. Porque es amor. Porque tiene que ser amor, si no fuera amor lo cambiaríamos por el ganador de turno, o sea el mejor equipo que haya para elegir. Pero como no se elige en el amor, no puedo elegir en el basket. Y tampoco puedo elegir callar a esa horda de mariposas que me dicen que llegaste al mismo lugar que estoy yo.