Me preocupa que no esté pasando nada. La piel se me pone nerviosa. ¿Cuántas historias no estarán comenzando hoy? Se suponía que hoy, en mil quinientas treinta y tres esquinas se iban a encontrar tresmil sesenta y seis personas. O sea, se iban a encontrar un montón más, pero esas iban a ser las afortunadas, de tener en una simple intersección de calles, el disparador de una historia.
Me preocupa de verdad. Hay tresmil sesenta y seis personas que en este momento no están recordando ese encuentro fortuito que les cambiaría la vida. Que no están comentando con sus amigos como la vida los golpeó en un cruce y los encandiló con una sonrisa.
En este momento están sentados pensando que su vida está bien. Probablemente sea así, pero no saben, ni sabrán, lo que se perdieron.
Tengo ganas de salir corriendo y contárselo, uno por uno, o más eficientemente, de dos en dos, mil quinientas treinta y tres charlas, para que entiendan la magnitud del hecho que no vivieron. “¿Entienden que hoy NO les cambió la vida? ¿Comprenden que todo su sentir y pensar no se vio afectado por una esquina?”
Seguro no me entenderían. Seguramente estoy divagando por el deseo insaciable de salir que tengo.
O quizás es porque me hierve la sangre que otro día más no haya pasado por esa esquina, por la que vos tampoco pasaste. Por la que no nos chocamos y en la que no ocurrió el milagro de que una vez en tresmil sesenta y seis, bajaras la guardia y doblaras conmigo, para ver qué pasa.