Mi ordenanza

Escondía entre manos sutileza,
en su mirada simpleza,
y en sus ojos lo profundo de su ser.

Pensarlo era arte,
una certera bala al corazón,
que siempre con su amor,
sin rodeos ni vueltas, disparó.

Nunca fue opción para mi,
sentir y soltar, así sin más.

Sentimental y permeable,
pero siempre dando frente,
si de sentir se trata.

«Amar al fin y al cabo, duele» repetía.
Así me enseñaron a sentir,
como si fuese un acto de valentía,
evitar amar mucho.

Pero mi propia ordenanza,
es permitirme sentir,
porque aunque duela,
lo lindo queda,
y la magia del dolor,
es que tiene el poder de convertirse,
en algo que nos sana,
y ahí es cuando somos más fuertes.
Amando.

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