Crónicas del paisito: el león director, la bruja incertidumbre, y el ropero de emociones.
Estamos en medio de una epidemia mundial, catalogada como “pandemia”, más allá de lo que eso significa técnicamente, es sin lugar a dudas una situación crítica y totalmente diferente de nuestra realidad rutinaria. Nos descolocó por completo.
Veíamos la situación mundial, en torno al virus, lejana a nuestro paisito, pero acá, tarde, pero todo llega, y sin esperarlo, sin poder imaginar nada, llegó. Que dos o tres casos, que Carmela fue al casamiento, que si sos joven no te preocupes, en fin, un mar de falacias o verdades a medias nos atormentaron de repente a través de cualquiera sea el canal o programa de tele y radio. “Que no cunda el pánico” diría en Chapulín Colorado. Pobre de él si viviera, “cundió” el pánico.
Todos saben algo pero nadie sabe nada. ¿Qué hacemos ahora entonces? Parecía la pregunta que rondaba la mente de todos ellos. Habría entonces quienes dijeran “que vamos a hacer si a mí no me afecta” y otros tantos que, asustados como si en una milésima de segundo este virus hubiera cruzado todo el país y habíase parado en la puerta de su casa cantaran “yo me guardo”, “nos vamos pa´ fuera”.
Como una ráfaga, en el instante que la noticia del “caso 0” recorrió el territorio, todos nos convertíamos en factores de riesgo, el que antes era tu familiar o tu amigo, ahora era un posible contagiado, se transformó en un enemigo. “¡No te me acerques! “
En medio de tanta incertidumbre aparece un escenario pensado a transmitir tranquilidad a la población, el gobierno daría una conferencia. Un mínimo hilo de paz, iban a haber órdenes que seguir.
¿Qué pasa? ¿Dónde está el presidente? La voz del secretario de Presidencia no temblaba, pero sonaba cálida, igual de perdida que la nuestra. “Se suspenderán las clases hasta al menos un mes” “exhortamos a la población a salir de sus hogares lo menos posible”. #quedateencasa. Había un plan, volvió la estabilidad.
Poco duró. Así como brotan hojitas de las semillas esparcidas a la sombra del árbol padre, brotaban infinidad de nuevas incertidumbres. “Pero ¿cómo voy a aprender ahora? Pierdo el año!”, “¿Cómo pretenden que me quede en casa sin trabajar?¿Quién me paga?”. Después estaban los médicos preguntándose, “¿y nosotros? Allá vamos! ¿A morir? Por la causa! Primera línea de defensa!”.
Se transformó en una guerra, todos juntos (¿No había que evitar aglomeraciones?), contra el ya famoso COVID-19.
Aparecería entonces el gobierno con tímidas respuestas en su rápidamente consagrada conferencia de prensa diaria. Lo cierto es que ni ellos tenían idea que hacer, solo hacían como que sí, por nosotros, para con esa estabilidad.
¡Esperen! Apareció el presidente. “Señor presidente ¿qué tiene pensado para contestar a las preguntas del párrafo de arriba?”, entonces se peinaría y fijaría su mirada en el suertudo periodista, que había elegido esa profesión hace 15 años y que ahora no la estaba pasando tan mal, tenía la atención de la máxima autoridad del país, humildemente no se incluía en ese párrafo del que hablamos.
“Gracias por la pregunta” son las palabras que salen de su boca mientras piensa que qué carajos de gracias si no sé qué decir. En cambio, su voz como acaramelada de poder contesta, “implementaremos medidas para paliar tales conciernes”.
Nueva semi-paz instantánea, habemus respuestas. “Teletrabajo”, “seguro de paro”, “aumento del equipamiento médico”, “recortes de salarios de $80000”. ¡¿Cómo?! ¿Me van a descontar 80 palos? Si no tengo.”
En ese mar nos encontramos. Aquel de incertidumbres surgentes y soluciones a medias, pero transmitidas con una firmeza retórica, que intenta, constantemente, ser la del Chapulín.
Ese mar que tiene bien en el medio una isla con los ancianitos; esos que son la mayoría abuelos y padres de muchos de nosotros. ¡Son población de riesgo! Cuidémoslos como un tesoro, encerrado en un baúl enterrado en una playa de la isla, así no se enferman y los tenemos un ratito más.
En esa isla que además de la incertidumbre reina la terrible desazón de no ver a quienes más quieren en este mundo, sus hijos y nietos, que se abstienen de visitarlos por miedo a ser su verdugo. Videollamada va, videollamada viene, ¡Qué ganas de un abrazo de los tuyos! “¿Y si vamos a visitarlos?” “es peligroso” ”pero peor es verlos así” “mejor así que…” Incertidumbre.
Pasa el tiempo y más se acrecientan estos pesares, ¡Cada día es igual!. “¿Cuántos contagiados?”, “hoy dieron como 600”, “¿hay algún curado?” “si, dicen que solo 200 cursan la enfermedad, pero que hay veintipocos muertos a la fecha”, “ah como 300 curados entonces”, “si!”, “pero a este ritmo no inmunizamos a nadie, seremos pocos, pero 3 millones es bastante”, “no sé”.
El vaivén sigue, el virus está, igual que el día que llegó, porque dicen que no se pudre con el tiempo, sino que se fortalece; pero sin embargo ya hace días que hablamos de la “nueva normalidad”. Cuarentena de dos meses y la cosa parece estar controlada, al fin se termina, aunque para muchos nunca empezó, las calles nunca fueron un desierto. ¿Se termina? Según el comunicado de nuestra querida conferencia, la impresión es que sí. Ya no se habla del #quedateencasa, sino del #usátapabocas.
Pero el riesgo sigue ahí, si el virus no desapareció. Al parecer logramos aplanar la curva, pero… si se aplana se estira, ¿cuánto? Nadie sabe. Nadie sabe porque no pasó lo que se esperaba que pasara dentro de este caos, nunca hubo curva que aplanar, no se saturó ningún sistema sanitario; que parece ser una de las condiciones para llegar al otro lado del río, ahí donde todo se acabó. Parece que tuvieran que morir miles de personas para lograr salir de esto ¿o seremos acaso el país de los milagros? Me gustaría creer que sí, pero no hay milagros para la biología y la medicina, van a decirme. O será que habremos bajado la guardia cuando la curva se convierta en montaña y ya nunca volvamos a poder dar ese abrazo tan deseado a esos abuelos tan queridos.
En este dilema estamos ahora ¿se vuelve a la vida normal? Parece imposible, pero a la vez no, porque con esa misma seguridad que el gobierno nos decía quédate en casa, ahora no lo dice más, y todo aquello sobre la estabilidad de la que hablamos, se cae. Se cae sobre todo para los desgraciados como yo que tienen la necesidad y habilidad constante de criticar más allá, de ir más allá de lo que nos dicen. Porque al final vivimos de eso, de lo que nos dicen. Vivimos de la esperanza de escuchar que podemos recobrar la rutina que a veces odiamos, con la incertidumbre de no saber qué va a pasar mañana, qué nos dirán mañana.
¿Qué hacemos ahora?