El hombre, el mito, la leyenda. Michael Jordan para una persona de otro siglo.
Escribo estas lineas bajo los efectos del éxtasis de los capítulos 7 y 8 de la miniserie documental de Michael Jordan «The Last Dance». Una de las últimas imágenes del capítulo 7 muestra a Jordan, tirado en el piso de uno de los vestuarios, luego de ganar su cuarto campeonato, primero desde su primer retiro, ahogado en un llanto repleto de significado. Por sus mejillas corren la muerte de su padre, la felicidad de ser campeón y la presión de ser una deidad entre los mortales. Porque eso era, un Dios.
Diecisiete años después de su último partido jugado de manera profesional, Michael Jordan sigue siendo un Dios en la tierra. Ahora mucho más parecido a un Dios que descansa luego de contemplar la belleza de lo que ha creado, pero un Dios al fin. Vale aclarar, lejos estoy de creer que el deporte es lo más importante de una sociedad, lo considero un mero entretenimiento y otra forma de encontrar historias, empatizar con personajes, rivalizar y debatir, sin que eso tenga serias consecuencias en nuestras vidas. Habiendo aclarado eso, creo que solo magnifica la figura de un deportista que globalizó un deporte y una marca, antes que la globalización estuviera en marcha.
El documental quizás se quede corto en material inédito, en lo que todos, o más bien, lo que los fanáticos del deporte queremos ver, un Michael Jordan tras bambalinas sin el traje carismático, sin su boina ni sonrisa de publicidad. Golpeándose una y otra vez contra sus propios compañeros, levantando pesas, discutiendo con entrenadores, reforzando los cimientos del monstruo que, noche tras noche, debía y rendía al 100%. Tenemos pizcas de esos momentos, anécdotas, declaraciones y algún material audiovisual, pero queda gusto a poco. No todos los días tenemos la oportunidad de ver y escuchar cómo funciona una figura tan grande.
Personaje de un tamaño inconcebible para nosotros, los seres humanos de a pie. Porque de lo mejor que tiene la serie, es hacernos parte de la vida de una persona, que dejó de ser suya en 1984 para pertenecer al público para siempre. Esto es lo que impacta más en mi cabeza de millennial – centennial crecido con un celular en la mano y un entendimiento de las figuras públicas mucho más adaptado a lo que Jordan vivió, pero años antes que sucediera de forma común. En comparación con las figuras de hoy en día, es moneda corriente vivir eso. No tienen que salir de su sillón para estar atosigados con medios, fanáticos, noticias, rumores, críticas, etc, mucho más en una sociedad híper comunicada y superficial como lo es la sociedad estadounidense.
El número 23 fue un fenómeno de redes, antes que las redes existieran. Y no es solo que fuera un fenómeno, pues Maradona también lo fue, el hecho es que Jordan fue una supernova y además supo mantener el estándar de calidad, dentro y fuera del parqué. Su motivación siempre fue ganar y exigir a todos a dar el máximo para eso, a su vez de entender que su figura trascendía lo deportivo. Sea algo bueno o no, Jordan era algo más que un jugador de basketball estúpidamente bueno, era el ídolo, el ejemplo, el artista que recorría el país, y en ocasiones el mundo, ofreciendo un show a todo el que lo miraba. Entendiendo esto, no permitía que nadie que lo fuera a ver, viera algo menos de la perfección por la que había venido. Un ganador y una figura responsable.
Uno de los puntos en los que se es más crítico con él, es su falta de compromiso político. Quien esté siguiendo la serie sabrá de lo que hablo, quien no, esto nace de una polémica declaración donde Michael se niega a hacer publicidad por un demócrata afroamericano, candidato a senador por el estado de Carolina del Norte y dice «Los republicanos también compran zapatos», frase que toma notoriedad cuando quien termina ganando esas elecciones es un republicano ultraconservador y racista. A pesar de que se pueda cuestionar la actitud «dinerocentrista», habiendo donado igualmente para la campaña del candidato demócrata, su rol no era ese. Su liderato no salía desde allí, su figura y su mensaje lo daba sin tener que entregarlo en palabras.
Cuando el mejor deportista, mega millonario y famoso, se retira del deporte profesional que ha estado dominando por años, para jugar otro deporte en una liga menor y se perfecciona física y tácticamente para desarrollarlo al máximo nivel posible, aún sabiendo que no tiene nada que probarle a nadie y que su mera presencia ayuda al equipo desde el plano marketinero, ahí muestra el grado de responsabilidad que tiene para con su figura.
Acostumbrados a figuras vinculadas al plano sociopolítico de manera oral y explícita, nos parece tibio que alguien de esa talla no dé el paso firme por lo que cree que está bien. Más aún en un tema tan delicado como lo es la segregación racial en Estados Unidos. Pero su mensaje es todavía más poderoso que palabras que muchas veces demuestran estar vacías. Su silueta creció más de lo que debería quizás, pero el traje nunca le quedó grande. Amor puro y dedicación total por el juego, la mayor muestra de respeto hacia compañeros, rivales y fanáticos. Devoción absoluta para conseguir el objetivo principal y por el que fue contratado, y responsabilidad de ser la cara de una liga que cruzaba fronteras bajo sus brazos.
Pero principalmente entender su significado, su influencia, estar siempre a la altura y crear un legado que va más allá de las luces, los gimnasios y las pelotas, un legado que engloba una forma de entender la vida. Entre lágrimas Michael dice: «Si le preguntas a mis compañeros “Lo que tenía Michael Jordan era que nunca me pidió que hiciera algo que él no hacía”. Cuando la gente vea esto, dirá: “No era un buen tipo. Quizá haya sido un tirano.” Pues ese serás tú, porque nunca ganaste nada. Yo quería ganar, pero también quería que ellos ganaran y fueran parte. Mira, no tengo que hacerlo. Solo lo hago porque así soy. Así juego al basketball. Esa era mi mentalidad. Si no quieres jugar así, no juegues así.“
Espero que en 30 años, alguna persona de 21 años pueda estar escribiendo algo parecido de la otra fuerza de la naturaleza que empezó jugando al basketball y terminó fundando una escuela, LeBron James. Pero eso es otra historia.