Mi amigo brillante

Supe una vez de un joven pensante. No era distinto a nadie, pero tampoco se parecía a ningún otro que yo hubiera conocido. Sí, había otros jóvenes pensantes, pero ninguno que pensara como él.  ¡Pero claro! ¿Cómo iban dos seres a pensar exactamente igual si no son ellos mismos?

Desde que lo conocí me atrajo su capacidad para ser él mismo, para mantenerse en sus pensamientos.  Debo decir, brillantes pensamientos. Le gustaba también la música y el deporte. Era un aficionado. Amaba todo lo que hacía, y lo hacía bien. ¡Como para no amar así!

Siempre que diera su opinión, sería tan sincera como el propio beso que sentencia a dos enamorados; aunque a veces precisaba más de un intento para expresar tales opiniones. ¡Tenía tantas ideas en la cabeza!

Era de los muy pocos que conocí que contestarían a la crítica pregunta, la más reveladora, pero la más vil también de las preguntas,  acerca de si era feliz o no, un sí rotundo, seguro, confiado. Contestaría esto incluso sin estar del todo seguro de lo que ser feliz significaba. No importa cómo expliques la felicidad, qué creas de ella; si de verdad lo siente, solo uno es capaz de reconocerlo. Y él sí lo era, y si, si era capaz de casi todo.

La cuestión es la siguiente. Una tarde, cuando fui a visitarlo, a llenarle el alma (porque sé que él me añoraba ¡Sí que me quería!), me lo encontré sumido en lo más profundo de sus tan complejos y bellos pensamientos. -¿Qué piensas?- pregunté, trayéndolo de nuevo al mundo –en qué ser- contestó. ¡Qué fuerte pensar! ¡Tan bello era! –Sé tú mismo, como siempre lo has sido- repuse –No es eso, el problema está en qué hacer conmigo mismo-.  ¡Mi silencio fue tal! Ante semejante crisis, yo no tenía una respuesta, pero sabía que él podía encontrarla (o eso creía), así que me dispuse a escucharlo.

Me contó una idea, tan maravillosa, que me volví a quedar sin palabras. He aquí su relato:

“-Verás, estaba ayer sentado a la mesa, disfrutando de un buen café con leche y deliciosas tostadas, cuando por la ventana vi colores. Esos colores tan maravillosos del atardecer. Tenía que observarlos como se debe.

Salté de la silla, y, corriendo llegué al balcón del dormitorio de arriba. Como un gato que trepa a la copa de un árbol escapando de su presa, subí al techo de la casa. ¡Qué maravilla! Una vez más, el cielo me cubrió con su fantástico manto de paz. Cada vez que subía allí arriba, me alegraba tanto de estar vivo, no había para mí, dicha mayor a esa.

Sin embargo, ese día, el ambiente era tan perfecto, que, como si la brisa fresca del otoño lo trajera consigo, arribaron en mí, nuevos pensamientos, estos que hoy te cuento. 

“Estoy yo aquí en el medio entre los anaranjados, amarillos y rosas proyectados en las nubes, y el gris azulado liso del oeste, donde se divisan cientos de lucecitas encendidas provenientes de las casas de un montón de familias. ¿Por qué estoy en el medio? ¿Qué es el medio? Es, sin duda, la combinación entre los vívidos colores y el oscuro gris. Entre las lucecitas artificiales y el resplandor que aún permanece amarillento. Es la mezcla entre el goce y el trabajo, entre el vivir con lo mejor del entorno y el vivir trabajando para nuestro entorno. Esos valores le atribuí yo. Bah! Yo no, mis pensamientos. ¿O no nos puedo separar? En fin, loco, ¿no?

He aquí que aparece esta interrogante tan potente. ¿De qué lado voy a estar? De aquel en el que brillo con mi entorno, porque él es el más brillante de todos; en aquel que viva con mis placeres, jugando al mejor de los deportes y componiendo las más bellas melodías; o en aquel que deba, por compromiso, dar lo mejor de mí, que soy consciente que es excelente y necesario; trabajando, pensando para con la sociedad, con un lápiz en mano, bajo una delicada lamparita.

¿Avocar mi vida al bienestar conmigo y con la naturaleza, con el entorno, envuelto en él, a los placeres en resumen; o hacerlo al estudio, a la comprensión, al pienso, a la ayuda, a la mejora social, al mundo? ¡Qué decisión!

¿Y si me quedo en el medio? Pensé entonces. Pero rápidamente me deshice de esa idea. No es viable estar en ambos lados, con un pie en cada lado del límite. No es viable porque no estaría dando mi completitud a ninguno de los dos, no explotaría mi capacidad. No. Por más lindo que se vea el cielo encima de mí, en el medio, con la mezcla de rosas y grises, no es allí donde debo estar. Debo salir de aquí.

Como tercera opción se me ocurrió elegir un lado, estar completamente comprometido con él, dedicarme a él, pero sabiendo que a la mitad del camino voy a cruzar hacia el otro lado. Dividir la vida. Hacer ambos. Tampoco me convenció. Conociéndome, sé que nunca lograría estar de un lado y no prestarle atención al otro. No podría estar sentado en mi escritorio y ver el atardecer y no salir corriendo hacia él. Y, del otro lado no podría estar en el campo, rodeado de los colores más bellos, y divisar a lo lejos el resplandor de una ciudad que me necesita, y no ir a brindarme al estudio.

Ojalá encontrase ese punto medio, ese balance. Precisaría, sin embargo, ser un doscientos por ciento, para dar el cian en cada lado. Pero no lo soy. Nadie lo es. Debo así, eliminar un lado.

¿Ves amigo?- me dijo después -¿Ves el problema? Debo decidir- mi rostro anonadado no pareció serle suficiente, porque siguió-Y ahora, como yo te he contado esto a ti, también debes decidir”

¡Como para no quedarme sin palabras!

Ahora conocen ustedes también a mi amigo, y no solo a él, a sus ideas también. Esperen ¿se pueden separar? En fin, ¿no creen que es fantástico? Porque yo sí.

De todos modos, debo confesar, que han pasado ochenta años de aquel día, y aún no he tomado esa decisión.

Publicado por Juan Martín Salgado Terra

15/8/2002 Ig: @juan_martin_salgado Tw: @juanchoo1508

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