Como las galletitas

Una vez, cuando tenía cinco años, vi a mi tío comiendo unas galletitas con mucha pinta. Le pregunté qué estaba comiendo, para ver si lograba pescar alguna de esas delicias. Me comentó que se trataba de sus galletitas favoritas, las más ricas del mundo. Miré el paquete y noté que quedaba una, por lo que mi cara se apagó. Pero los tíos son maravillosos y siempre hacen lo que sea por iluminar –aunque sea por un ratito- la cara de un sobrino, por lo que me cedió la última.

Agarré esa galletita con una ilusión enorme, pero en el momento en el que fui a metérmela en la boca, se me cayó al piso. Se me paró el mundo. Las ganas de llorar inundaron mi cuerpo y mi mueca de tristeza se dibujó en mi cara con una velocidad y transparencia de esas que solo en los niños se ve. En eso mi tío me grita: “¡Ley de los cinco segundos!”. Lo miré sin entender de lo que hablaba. Al verme pasmado, mi tío levantó la galletita con gran agilidad antes de esos cinco segundos y sonrió orgulloso de sí mismo. Me miró y me dijo: “Ta ́, ahora podés comerla igual”. Al ver que yo no respondía, dejó la galletita en el paquete y me empezó a explicar.

La ley de los cinco segundos dictaba que, a pesar de que un alimento caiga al piso, si uno lo levanta antes de que pasen cinco segundos de su caída, este no se ensucia. O capaz que sí, pero que no lo suficiente como para dejar de ser comible. Esto me resultó raro, pero lo entendí: no se pierde nada si se cae, sino si no reaccionamos rápido.

Ya después de haber comido la galletita miré a mi tío y le comenté que me parecía un poco injusta esta ley, porque a mucha gente le podía pasar como a mí; en el asombro y el shock de que se me cayera la galletita no pude reaccionar y, si fuese por mí, la galletita hubiese quedado tirada. O, en el mejor de los casos, la hubiese levantado mucho después de los cinco segundos. Fue ahí que me explicó algo que cambió mi aprendizaje: los cinco segundos eran en realidad simbólicos –esa palabra la entendí después-; lo que importaba no era tanto el levantarla rápido, sino levantarla. La razón por la que se hablaba de cinco segundos era intentar apresurar a la persona, ya que, cuanto más tiempo se está en duelo por la “pérdida”, más tiempo permanece la galletita en el suelo y, por lo tanto, más se ensucia.

En fin, resumiendo, de eso se trata: levantar rápido, pero, más que nada, levantar.

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