Terminé otro libro. Quizás ahora esté uno más cerca o uno más lejos. Creo que así es la vida, nunca se sabe si se está acercando o alejando. Caminar es leer un libro y moverte hacia un punto predeterminado, es acortar el montoncito de hojas color sepia que se ubica sobre el lado derecho, si se utiliza como centro el lomo del libro.
Me gustaría poder en la vida, como con los libros, leer la última palabra antes de empezarlos. Leer esa palabra o frase pequeña, que pone fin a una construcción complejísima que se desarrolla en un atado de hojas. Lo más divertido, en mi mente y solo allí, por supuesto, es conectar a lo largo del viaje de tinta, esas últimas palabras con el recorrido.
Cuando son leídas por primera vez, sin su contexto, carecen de sentido y en muchas ocasiones me olvido de cuales eran a mitad de camino, pero igualmente al llegar a ellas por segunda vez, ahora con el contexto mucho más claro, recuerdo ese pequeño ejercicio pretérito y me sonrojo. Cual niño que confirma que al saltar de una hamaca se lastima, sin saber por qué, pero sabiéndolo porque alguien se lo dijo, pero lo olvidó. Alguien fue y le leyó el final de ese pequeño libro, igual él, tan niño, escribió toda la historia y logró encajarla con el final.
Así me gustaría hacer, pararme antes de conocerte o de haberte conocido y leer nuestras últimas líneas. Quizás sean “te amo” o quizás “te espero arriba” o quizás sean tan duras, frías y llenas de vacío como un “fírmame los papeles que no te quiero ver más” cualquiera de esas opciones sería igual de hermosa. Cualquiera de ellas, sin importar el final que significaran, serían dignas de una historia que alguien, algún día, desempolvará y leerá. Conectando un fortuito comienzo y un triste, pero noble, final.