Soy amigo de las palabras. En papel, orales, imaginarias, de cualquier forma, se me caen de los bolsillos. Ya cuando no podía atarme los cordones solo, me tildaban de charlatan, de ahí el epíteto mutó a verborrágico, para desembarcar en “no te callas nunca”.
Es un talento maldito que algunos tenemos y por consiguiente, a veces bien utilizado y a veces un exceso, molesto para los que se hayan cerca. Mas hoy no quiero hablar de palabras, sino de silencios. De los silencios y su belleza, más allá de su significado estructural. Si, me considero amigo de las palabras, pero soy admirador de los silencios y su poder abarcativo.
Uno puede decir algo y dejar la interpretación al libre albedrío del receptor, pero hasta las metáforas más abiertas tienen un límite, por más lejano que se encuentre. En cambio los silencios, cuando se decide uno a no decir nada, brinda terreno fértil para sembrar con imaginación infinita.
Trae sus problemas, es cierto, pero como persona amante de las narraciones y las historias, pago el precio de la incertidumbre por la libertad de crear. La palabra por más apertura que brinde, al final es categórica, delimita. Por su parte, el silencio es compañero de la esperanza, a veces la traiciona, pero siempre la alimenta.
A su vez encuentro placer en él como paisaje, más que nada en la noche, cuando parece que el mundo descansa y lo hace sin volumen, allí el silencio habla. Despiertan un montón de personajes, tímidos durante la vorágine del día, que acompañan la mejor hora para dejarse llevar por la imaginación.
Las hojas se vuelven castañuelas respetuosas cuando el viento las acaricia, en ocasiones con suerte la lluvia repiquetea en los techos de lata y se vuelve hipnótica. Hasta los perros se coordinan para charlar entre ellos para brindar el contexto ideal y dejarse ir. Hay quienes encontrarán todo eso un impedimento para dormir, cada cual elige su silencio preferido.
Hay personas silenciosas que transmiten con mayor fuerza que el orador más experimentado. Hasta la caricia más suave y delicada, repleta de ausencia de sonido, grita amor. Al final el amor se ve en el silencio de dos personas observándose, que sin decir nada, hablan de todo. Sin esbozar el más mínimo sonido crean un código, que solo ellos y el agua golpeando las piedras, entienden